Conflicto y Cambio

 

Conflicto y cambio


Llegó diciembre. Tras casi tres meses en Kenia ya me sentía bastante adaptado. La vida me iba bien, no podía quejarme ni en lo social, ni en lo laboral. Ambas facetas me mantenían en un equilibrio agradable y estimulante y sentía que dejaba atrás buena parte de ese miedo inicial de cuando uno acaba de salir de la zona de confort.

En la parte social tenía al grupo de jóvenes de la parroquia en Kangemi con quienes participaba de cualquier actividad que hicieran. Gracias a la Youth recibía mi dosis de contacto con gente local fuera del trabajo. Por otro lado, había ido construyendo cierta vida social paralela en Nairobi ciudad, a donde iba de vez en cuando. Ahí estaba Paula, la chica de Barcelona que estaba como voluntaria en JRS (Jesuit Refugee Service). Ella, al igual que yo, había venido través del programa VOLPA. Fue Paula quien me presentó a sus amigos cooperantes, generalmente occidentales. Así pues, por un lado, tenía amigos africanos en el Slum y, por otro, aquellos que venían de países como el mío. Mientras los primeros me permitían conocer las dinámicas y detalles de la juventud en Kenia, los segundos me daban un respiro del constante shock cultural de Kangemi.

Es curiosa esa doble vida, me permitía ser uno más en el Slum por la mañana y pasar la tarde esta rodeado de blancos tomando cervezas en un bar de la zona bien de Nairobi. Una doble vida que no muchos pueden tener, ya que los locales del Slum no suelen salir por razones económicas y los occidentales no tienen mucho interés en la vida del Slum. Poder vivir mi experiencia desde ambas realidades era algo clave. Los locales me aportaba una inmersión privilegiada y, tratar con cooperantes, que llevan años dando vueltas por diferentes misiones, me permitía entender ese camino de vida, un camino que llevo tiempo planteándome.

 

En la faceta laboral tampoco me podía quejar. Tras las primeras semanas, mis tareas y funciones en SJDP se habían ido definiendo y consolidando. Podemos dividirlas en tres partes: la de clase, la de comunicación y la de oficina.

La primera englobaba tanto el apoyo a la profesora de Upendo en el aula, como las clases de guitarra que daba en secundaria. Esta era la parte que me permitía el contacto directo con los beneficiarios, algo verdaderamente único. Era genial interactuar con los pequeños de Upendo y las clases de guitarra eran increíblemente gratificantes gracias al interés y motivación que mostraban mis alumnos. Es precisamente en el aula donde me he sentido más querido y apreciado.

La parte de comunicación responde a mi iniciativa de darle un impulso a las redes sociales y a la página web. Al llegar identifiqué carencias importantes en esa área y aporté propuestas concretas para impulsarla, propuestas que después llevaría a cabo yo mismo. Básicamente consistía en hacer publicaciones en redes sociales con cierta frecuencia, modificar la página web y colgar algún artículo en fechas relevantes con la intención de mostrar lo que se hace en Kangemi y abrir una nueva puerta a potenciales colaboradores y donantes. Esta parte la disfruté ya que me permitía explotar mi creatividad. Además, lo hacía con la ilusión de quien lleva a cabo una iniciativa propia.

La tercera parte era el trabajo de oficina, incluyendo tareas muy diversas como, por ejemplo, mantener bases de datos o participar en el proceso de selección de los nuevos candidatos a la beca de Upendo. Estas tareas me permitían aprender sobre cómo se organizan y coordinan proyectos como Upendo.

Así pues, tenía cierta vida social y un trabajo variado. Mantenía ese equilibrio en un entorno nuevo para mí que, claramente, suponía vivir fuera de la zona de confort. Entonces llegaron las Navidades. Recibí una llamada de un jesuita del JRS (Jesuit Refugee Service, donde trabaja mi amiga Paula) que me invitaba a pasar las Navidades en el campo de refugiados de Kakuma, al norte del país. La idea me fascinaba así que informé a mi supervisor, un jesuit Brother ugandés de unos 32 años, que además es quien dirige los proyectos de SJDP en Kangemi. Le dije que tenía intención de hacer ese viaje por Navidad.

Él me pidió que lo hablara también con Vera, mi jefa directa en Upendo, con mi ONG en España (Entreculturas) y con mi acompañante. Ninguno puso problemas. Pero fue el propio Brother quien finalmente me dijo que mejor no fuera, que no era seguro y no quería problemas ya que era mi supervisor y mi responsable en todos los sentidos. No entendía para que me hacía pedir el visto bueno a tanta gente si luego me lo iba a prohibir él mismo. Me frustré bastante por todo el mareo, pero lo supe encajar y aceptar en silencio.

En ese momento no lo sabía, pero eso era la semilla de un conflicto que estaba al caer.

Las Navidades fueron solitarias y aburridas. Un día decidí montar otra cena. Invité a dos amigos, un chico y una chica. Preparé la cena y juntos pasamos el rato disfrutando de la comida, tomando algo de vino y conversando animadamente. Era como la vez anterior. Se confirmaba nuevamente que estas cenas eran una manera estupenda de estrechar lazos con los jóvenes.

Estábamos en lo que era mi sala de estar que, durante el horario laboral se utilizaba como oficina. Esta sala de estar tiene una cámara (supuestamente por seguridad). Bien, en un momento de la noche recibí mensajes de Brother. Por lo visto nos estaba observándolo a través de la cámara y no le gustaba que hubiera vino. Me sorprendió bastante que utilizara la cámara para espiar tan descaradamente. Yo le dije que todo estaba controlado y que nadie estaba borracho, incluso le invité a unirse para que lo comprobara él mismo. Nada de eso funcionó. Un rato más tarde llamó. Estaba enfadado y me exigía de malas maneras que echara a mis amigos inmediatamente, que ya era medianoche. No entendía a qué venía ese tono tan hostil, pero despedí a mis amigos inmediatamente ya que no tenía opción.

A partir de este "incidente" todo se complicó. De repente, Brother adoptó conmigo una actitud autoritaria. Ahora se ofendía por las cosas más insignificantes, por las que me imponía castigos y sanciones totalmente fuera de lugar. En lo social me prohibió invitar a gente a casa y estar fuera más tarde de las 10 p.m. entre otras. En la laboral llegó a suspenderme un mes de mi trabajo y al volver me quitó dos tercios de lo que venía haciendo. Marcaba terreno para dejarme claro que era él quien mandaba, en todo. 

La nueva situación era muy diferente. Ahora, los obstáculos en mi vida social y la ridícula cantidad de trabajo, me hacían sentir aislado e inútil. Yo siempre mantenía la calma, a pesar de seguir sin entender qué había hecho mal. Intenté que otros jesuitas mediaran sin éxito. Tras casi 2 meses de un conflicto absurdo pero muy duro para mí, la impotencia que sentía era cada vez mayor. Brother no era amigo del diálogo, sólo conocía las órdenes, por lo que alcanzar acuerdos no era una opción. Cada vez tenía menos sentido permanecer en Kangemi. No había venido a Kenia para ser tratado así.

Un día mi amiga Paula me planteó algo: ¿Por qué no te vienes al JRS? Al fin y al cabo, yo llegué ahí a través de Volpa por lo que Entreculturas quizá podría hacer eso para ti. Además, yo ahora estoy contratada, así que he dejado libre una plaza de voluntario”.

        

Todo eso era verdad y además, a mí me interesan mucho los movimientos migratorios en general y todo lo que Paula me contaba de su trabajo con refugiados me fascinaba. Pero gestionar un cambio de este calibre quizá no entraba en los planes de Entreculturas y tal vez JRS no necesitaba ningún voluntario. Al final decidí intentarlo, puesto que tampoco había nada que perder, pero siempre procurando no ilusionarme demasiado.

Yo conocía a Angelo, el Country Director de JRS. Era un italiano muy agradable a quien ya conocía. Él ya sabía que me interesaba el tema de los refugiados y fue él quien promovió que me invitaran al campo en Navidades. Tras escuchar toda mi historia con Brother me dijo que haría lo que estuviera en su mano para que pudiera unirme a ellos. Decía que no podía asegurar nada todavía, pero que tenía buena pinta. Con más esperanzas y sabiendo que era una opción real ya podía plantearlo a Entreculturas. Nos llamamos y les dije que la situación parecía tan definitiva como insostenible y les expresé mi deseo de cambiarme al JRS. Para mi sorpresa, me dijeron que también veían en JRS una posibilidad de sacarme de Kangemi y seguir mi proceso VOLPA. De hecho ellos tenían pensado planteármelo en esa misma llamada.

En las semanas siguientes, Entreculturas y JRS tantearon la posibilidad y los términos. Al poco tiempo llegó la noticia oficial: me iba a incorporar al JRS a principios de marzo.

Debo decir aquí que este fue otro de los episodios del proceso VOLPA en el que se hacía evidente la incondicional entrega de Entreculturas a sus voluntarios, la escucha activa, la manera en que atienden a los problemas que estos tienen y la flexibilidad con cada caso. Sinceramente, siempre agradeceré esa manera de hacer tan humana y personal.

A partir de ese momento me preparé mentalmente para cerrar una etapa y abrir otra. Me alegraba pensar que con el cambio recuperaba mis libertades, dejaba atrás la toxicidad de Brother y empezaba en un sitio muy prometedor en el que podía aprender mucho. Pero también significaba decir adiós a los niños de Upendo, al coro y a la oportunidad de inmersión que supone vivir en un Slum africano en el que yo era el único mzungu.A medida que se acercaba la fecha sentía cada vez más esa nostalgia anticipada hacia los niños, las calles, los amigos y todo lo que suponía Kangemi. Pero lo tenía clarísimo, quería hacer ese cambio, sin ningún tipo de duda. Me prometí a mí mismo que iría volviendo de vez en cuando para mantener los lazos con el lugar y sus gentes.

El martes 1 de marzo fue mi último día de trabajo en Kangemi. El lunes 7 iba a ser mi primer día en JRS. Entre medio me tomé tres días para ir a Mwangaza, un lugar que tienen los jesuitas en la zona de Karen, repleta de naturaleza y mucha paz. Ese lugar es donde viven los jesuitas de Eastern Africa que están demasiado mayores para seguir trabajando. Muchos jesuitas están enterrados ahí. En Mwangaza se celebran retiros constantemente, conjuntos e individuales. Personalmente, decidí aprovechar esos tres días en los que no tenía trabajo para digerir el cambio que se me venía encima, escribir sobre ello, darle un enfoque más espiritual y prepararme. Así pues, tuve ese retiro individual en el que pude descansar muchísimo y disfrutar del silencio y la paz de Mwangaza, así como de sus preciosos jardines. Ese fin de semana hice la mudanza de Kangemi al JRS.

                                                 

Mi antigua supervisora de Upendo me pidió que viniera un día a despedirme oficialmente de los niños. Una vez ahí decenas de niños se tiraron encima de mí contentos de verme de nuevo después de tantos días ausente. Comí con mis antiguos compañeros y después entré en el aula con todos los niños y algunos representantes de cada departamento de SJDP. Todos me dedicaron unas palabras y los niños me cantaron unas canciones. Me emocioné bastante y tuve que contener mis lágrimas. Cuando me tocó hablar a mí les agradecí todo lo que habían hecho por mí, su acogida y su cariño desde el principio. Les explique que para un mzungu no es fácil vivir en un entorno así y que su acogida había sido clave. Después tomamos merienda, me hicieron cortar un pastel y lo tomamos todos juntos. Me regalaron una camisa africana y tras firmar unos papeles de cierre me marché. Fue toda una tarde dedicada únicamente a mi despedida y organizada con mucho amor

Las semanas siguientes, encontraría excusas para pasarme por ahí a menudo ya que JRS abría una oficina satélite en Kangemi, a 3 metros de donde había vivido y trabajado durante medio año. Tras meses de angustia con Brother empezaba aquí mi nueva fase en Nairobi.

Este conflicto supuso un gran reto inesperado del que afortunadamente saqué grandes lecciones sobre mí mismo y sobre cómo actuar cuando las cosas se ponen feas. Es por esto que, aunque todo fuera muy desagradable, me siento agradecido por el gran aprendizaje que me llevo.




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