Upendo: la clase

Upendo: la clase
 

Una de las cosas que más agradezco de estar aquí es la oportunidad de intercambio cultural con personas locales. He podido trabajar con keniatas, tratar con beneficiarios de aquí y relacionarme con jóvenes de Kangemi. De hecho, en el entorno donde vivo soy el único mzungu (blanco) lo cual supone una inmersión bastante completa. No estoy diciendo que sea fácil, de hecho a menudo es un reto de los grandes para mí. Pero como todo reto, supone un gran aprendizaje. Me siento privilegiado por poder conocer esta realidad africana tan de cerca. Estar aquí permite tener ese acceso a todos esos detalles, historias y situaciones que de otra forma sería imposible conocer.

Hoy en concreto quiero hablar de los beneficiarios con los que tengo más trato directo, los alumnos de la Upendo Unit. Mi relación con estos estudiantes, contribuye a la imagen que tengo de la gente de Kenia y de Kangemi desde un ángulo más. El estar en la clase me permite entender como funcionan las cosas aquí. Por lo tanto, sin más dilación voy a explicar más sobre estos niños y niñas y sobre las clases.

                               

Para ello, partimos sabiendo que es una clase formada por niños y niñas de entre 6 y 12 años no escolarizados que, debido a su grave nivel de necesidad, han recibido una beca que les cubre la primaria y la secundaria. Antes de la primaria están un año en la ya mencionada Unit, que es el aula donde aprenden los mínimos para dar el salto al colegio. Es en la Unit donde yo trato con ellos cada día.

 En principio, son los 30 más necesitados o vulnerables de Kangemi. Este dato ya nos muestra por donde van los tiros. Pero son los informes familiares (actas de las visitas a las familias) y las charlas mantenidas con la profesora sobre casos concretos, lo que me ha puesto luz sobre la realidad que viven los beneficiarios de Upendo.

Los elementos más frecuentes que encontramos en estas historias familiares son la ausencia del padre (suelen desaparecer), una fuente de ingresos inestable e insuficiente, incapacidad económica frente a los gastos de escolarización, grandes familias en pequeñas viviendas insalubres y carencias nutricionales. Expongo aquí algunos de los casos más llamativos que conozco para dar una idea más ajustada.

                           

 El primer caso que conocí fue el de un chaval Kikuyu (tribu predominante en Kenia) que tenía 12 años. Este ya pasó a la escuela primaria en enero. No era especialmente gamberro, pero había algo muy travieso en su forma de mirarte. Bien, la profesora me explicó que este niño fuma porros desde hace dos años. Al parecer consigue dinero haciendo pequeños recados a sus vecinos y saca unos shillings con los que compra el Bhangi (nombre local para la marihuana). Al parecer su madre es alcohólica y eso genera muchos problemas. Primero porque el niño está algo desatendido y también por no ocuparse de su parte de responsabilidad para con la beca Upendo. La profesora siempre me dice que la educación es cosa de tres y cada uno tiene que poner su parte: los padres, el docente y el alumno.  En este caso, se desconoce el paradero del padre. Recuerdo que durante una época tuvieron que vivir con el vecino por no poder pagar el alquiler.

Otro caso es el de uno de los más pequeños del nuevo grupo. No habla mucho, solo tiene 6 años. Pero cuando estuve haciendo la base de datos de los nuevos alumnos, vi en el informe familiar que la chabola donde vivían se incendió y lo perdieron todo. Ahora viven a merced de personas que les ayudan a sobrevivir (well wishers) y así van tirando.

El caso más duro que he escuchado es el de un chaval de unos 13 que dio el salto a primaria poco antes de mi llegada aquí. Yo no lo llegué a conocer personalmente. Vivía con su madre y su hermano. La profesora me explicó que tuvo que apoyarle mucho ya que su madre real no parecía ocuparse demasiado de los problemas que había en casa. El caso es que el hermano mayor, que es alcohólico, le pegaba recurrentemente. A menudo, la cosa llegaba a un punto en que este huía de casa por miedo, eso le llevaba a vivir en la calle de forma intermitente. Era, en palabras de la profesora, un Street boy. Tras las Navidades empezó a faltar al colegio, se había vuelto a ir de casa. Después dos semanas sin noticias se encontró su cuerpo sin vida, visiblemente dañado, debajo de un matatu (pequeño autobús local). La noticia fue un golpe muy duro para todo el equipo de Upendo. A mí me sirvió para entender como de feas pueden ponerse las cosas aquí. Nadie sabe muy bien qué le pasó exactamente ni cómo sucedió más allá de teorías y elucubraciones.

Creo que ahora, teniendo ya una idea de los contextos de estos niños, resulta más fácil entender que Upendo supone una gran oportunidad para estos pequeños de recibir una educación que les permita tener una vida más digna y un futuro más esperanzador. Además, la Unit es un lugar en el que se sienten valorados y queridos. Aquí se les trata con amor, de ahí el nombre Upendo (amor en Swahili), y claramente perciben este lugar como una familia, un hogar en el que sentirse arropados. 

El horario es parecido al de una escuela normal. Llegan por la mañana con bastante antelación y juegan mientras esperan a que la profesora abra el aula. La ventana de mi habitación da al patio así que muchos días me despertaban las voces y risas excitadas de los pequeños.

Sobre las 7.30-8h se abre la clase y se pasan hasta las nueve modelando letras con plastilina y formando palabras sobre la mesa. A las nueve hacemos la asamblea. Todos se levantan y forman dos filas para cantar todo tipo de canciones y rezos matutinos. Después la profe da algún aviso si hace falta. Últimamente está diciéndoles que no es bueno deambular por las calles, que después de las clases hay que ir directo a casa. Al parecer, le consta que algunos se dedican a callejear por el slum.

                          

Con edades tan variadas es natural que los niveles sean dispares. Además algunos han pisado un colegio alguna vez en el pasado y otros no. Es por eso que la clase se subdivide en 3 grupos que son PP1, PP2 y Grade 1. Para las explicaciones, la profesora llama a cada grupo, los alumnos se ponen alrededor de su mesa y ella explica como proceder y asigna unas tareas que luego se corrigen. A las 10.30 toman el desayuno que suele consistir en una o dos tazas caliente de porridge. Luego salen al patio.

  

 Unos 40 minutos después vuelven a la clase para seguir trabajando hasta la comida, que es a las 12.30. Las comidas suelen ser bastante completas, arroz, legumbres, verduras y algún día carne. Aquí hay una especie de pasta blanca muy común que se llama Ugali, a mi personalmente no me apasiona, pero es una de las bases más típicas de la comida de Kenia. Los jueves hay chapati, mi favorito, y los pequeños esperan con avidez e ilusión mientras los voy repartiendo entre las mesas. Después del recreo de la comida, vuelven a clase para estar una hora y media más en la que o bien se sigue trabajando o se hace algo más creativo como aprender nuevas canciones o pintar. A las 15.30 se marchan a sus casas con una sonrisa de oreja a oreja.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

Es a esa misma hora, cuando empiezan a llegar alumnos que solían estar aquí pero  que ya están en la escuela primaria (que esta cruzando la calle). Vienen cada tarde para comer lo que haya sobrado ese día en la Unit. De este modo, aunque ya estén en primaria, se pasan por aquí y toman una cena (temprana) que muchos no tendrán en casa. Y es que estos estudiantes siguen siendo becados de Upendo hasta la secundaria. Es genial reencontrarme con los que hace pocos meses  aún estaban por aquí y verlos luciendo orgullosos el uniforme de primaria. Creo que volver a la Unit ese ratito cada tarde es, para ellos, una forma de mantenerse conectados a la "familia Upendo".

                         

Por último, y sin intención de alimentar tópicos, debo decir que aquí los niños son felices con poco. La mayoría sonríe por defecto. Siempre me piden que les mire y hacen alguna chorrada. Yo también les entretengo con juegos y tonterías, se ríen con una facilidad increíble. 

Cabe destacar que algunos tienen una necesidad de atención tan importante como comprensible. Pero por otra parte, son duros. No lloran por cualquier chorrada como en España. Aquí la sobreprotección es mínima, no se ven muchos niños mimados, al menos no como en casa.

Así pues, así es el día a día  y la realidad en la que viven los estudiantes aquí, en la Upendo Unit, la primera parada en el su proceso de escolarización definitiva.

Comentarios

  1. Realmente su paso x Upendo es esperanzador y para mas de uno debe ser la unica oportunidad de su vida de salir del circulo vicioso del analfabetismo y la marginacion..
    Good job Willy!!

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  2. Un oasis de esperanza en medio de esa cruda realidad. Qué duras esas historias que relatas. Creo que en España no estamos tan acostumbrados a ver (aunque los haya) niños en condiciones de vulnerabilidad tan grande. Aquí en Brasil, cerca de la frontera, encuentras familias venezolanas enteras malviviendo en la calle. Es muy común ver a los niños pidiendo en los semáforos. Me anima saber que Upendo da esa oportunidad, aunque siga siendo triste saber que hay tantos que nunca la tendrán.

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